jueves, 12 de diciembre de 2013

Circular Sur 303: Conocer para criticar


¿Sabe usted cuántas horas duerme un conductor de bus? ¿Cuántas horas tiene para comer? ¿Cuánto tiempo comparte con su esposa o sus hijos? La mayoría de las personas me responderán estos interrogantes con una negativa. Pero aún sin saber quién es él que va tras el volante y cómo es su vida, la mayoría de las personas se dedican a juzgarlo ¿Será que verle la cara nos da ese derecho? Porque al conductor del Metro no se le juzga, así también se pare en el freno en el momento menos pensado. 
 
Si existe un trabajo esclavizante es manejar bus. Se pasan hasta 4 o 5 horas sin poder ir al baño o poder probar bocado decente. Se enferman del corazón por la vida sedentaria que llevan, de los riñones por no poder orinar y conviven con un diario estrés que les saca arrugas antes de tiempo. Porque el conductor tiene variedad de responsabilidades: tiene que cuidar al pasajero, a sí mismo, al bus, al peatón, mantener contento al patrón, y llevar el pan a su casa. 

¿Por qué se estigmatiza tanto el trabajo del conductor? ¿De verdad es un pobre hijo de puta ―discúlpeme la grosería, amable lector―, que no estudió y que no sabe hacer nada más en la vida? La respuesta es no. He conocido de primera mano tecnólogos, administradores, incluso médicos que están manejando porque la vida no les dejó más opción. Y que se están ganando el pan para su mesa honradamente. 

Y se ha puesto usted a pensar, ¿a qué horas se levanta un conductor? La respuesta le aterrorizaría. Puedo decir que lo viví en carne propia y aún desconozco si levantarse a las 2:30 a.m. es madrugar o trasnochar. Y ellos lo hacen día tras día para que esta ciudad pueda ir a sus lugares de estudio o trabajo. Bajo esas circunstancias, ¿será que puedo yo exigirle a una persona común y corriente, igual que usted o yo, apreciado lector, que esté de buen genio a las 2pm habiendo dormido unas pocas horas? Creo que ni usted ni yo podemos exigir eso y aun así ellos hacen el intento. 

¡Y qué triste resulta oír cosas como está!: “¡Hijueputa! - ¿Será que un hijueputa más o un hijueputa menos me va a dar o a quitar?”. Estos hombres se han acostumbrado tanto al desprecio social que llegan a ese punto. Un “hijueputa”, “bruto”, “vaca” o “animal” ya les da igual. Ya no es insulto. Y no creo que usted, querido lector sea capaz de soportar un promedio de veinte insultos por día ¿o sí?..

Pero eso sí, usted como pasajero probablemente no cambie después de leer estas líneas. Usted seguirá haciendo mala cara por tener que ir parado en bus, cuando al Metro se mete como un borrego, seguirá criticando al conductor a diestra y siniestra y probablemente le seguirá insultando y en su inconsciente seguirá siendo un hijueputa muerto de hambre. 

¡Cuánto daño hacen los estereotipos! Y por cierto, antes de juzgar, tómese el tiempo de conocer.  

Velorio, 20 años de "chiveo"



Si voy a la bahía del Éxito de Laureles a preguntar por Jorge, me van a decir: ¿quién es ese?, pero si pregunto por Velorio, me van decir que espere la 420.  
 
Jorge es trigueño, no muy alto y el tiempo le ha hecho surcos en la piel antes de tiempo. La exposición constante al sol le ha oscurecido unas partes del cuerpo más que otras. Tiene una cicatriz en la base del tabique porque una vez se le cayó la tapa del motor del bus sobre éste. Sus labios están resquebrajados por el paso de los años pero eso no le quita su sonrisa y relajo. 

Dice que exactamente no sabe cuántos años lleva chiviando, que serán unos 20 o 25. Yo me atrevería a decir que son 20, porque para sacar pase de quinta categoría se necesitan 20 años y él tiene 42. 

Según cuenta, quiso ser conductor desde niño, desde que jugaba con carritos y su primer trabajo fue manejar la camioneta de un tío. 

A su edad aún está soltero. Es lo que comúnmente se llama viato. En todo el sentido de la palabra. Afirma que no se casó porque simplemente no llegó la indicada. Además, es un viato bastante ordenado con su dinero, porque a pesar de que él lo niega, varias personas en la ruta aseguran que tiene plata.

A veces altivo, a veces humilde, en el fondo no deja de ser un niño que se ríe por todo. Un niño montado en un bus que le gusta salpicar a la gente y partir las tablas que tiran debajo del puente de la Plaza Minorista.

 A pesar de que sus años de experiencia lo acreditan como uno de los más sobresalientes conductores, él asegura que no lo es. Aunque una cierta vez le cuestioné el no parar en el Disco a recoger un moño de gente y me respondió: ¿Me va a venir a enseñar o qué? Quizá no lo acepte abiertamente pero él bien sabe que alguien con su altísimo promedio en la ruta, es el mejor. 

Maneja la 420. La envidia de muchos. La 420 es la 420 y lo es simplemente porque es el bus que más corre de todo Circular Sur. Salirle adelante es misión imposible. Es un bus International que no posee su motor original, en reemplazo de éste tiene un motor Nissan 205. El mejor chivero tiene el mejor bus. 

Tiene unos dientes dignos de total envidia y una caballerosidad inexistente en los hombres de este siglo, a tal punto de llegar a darme la comida. Pero contrastante con este caballero hay un hombre que monta los codos a la mesa y es bastante grosero con sus demás compañeros hombres, que tacha a los nuevos de bobos y los espera esperados ―esperar esperado a alguien es dejarse ver la cola del carro con el objetivo de que el otro se enganche con uno y así no recoja pasajeros en el camino―. 

El apodo de este hombre nació de una situación bastante cómica. Luego de su primer año de trabajo, pidió un caimán para que lo reemplazara y solía sacar sus días libres con la excusa de que se le había muerto alguien… un tío, una tía, un primo, una prima… Como vivía en velorios, lo dejaron Velorio. 

Según él, el secreto para llevar tantos años chiviando es amar lo que se hace. Así de simple. Su mayor hazaña es diga de un héroe: "Hace como tres meses venía por las Vegas y la gente me estaba haciendo escándalo pero yo no entendía por qué. Hasta que una muchacha fue y me dijo: Es que a un señor le dio un patatus. Venía en el INEM del Poblado, hice un prohibido en el puente de la 4Sur y me metí a la Clínica Las Vegas con bus y todo". 

Comenta que en otra época de la vida le hubiese gustado ser un dueño, pero que ya no sueña con eso "porque el chiveo se está poniendo muy duro y ya no deja lo mismo que antes”. Entiendo perfectamente su sentir, cuando él entró lo normal eran mil pasajeros diarios, ahora… mover 800 es una proeza digna de diploma. 

Prefiere las motos porque los carros son como una moza que no da nada. A su percepción, lo único que hacen es comer plata y nada más.  

Sólo desayuna. Su almuerzo es tinto y cigarrillo. A pesar de ello, no huele a tabaco. Fuma Boston porque el Marlboro es muy fuerte y masca chicle todo el día. Hizo hasta quinto de primaria porque no le gustaba estudiar. Dice que en la escuela la maestra le pegaba mucho con la regla y eso le disgustaba bastante.

No le gusta la pernota y se le notan los nervios en su manía de prender y apagar el timbre constantemente. Su risa, a veces burlona, resulta insoportable para algunos. Y estoy segura que mientras pueda seguirá siendo el mismo sardinero y el mismo buen chivero.

Madrugar cansa pero pernotar aburre

Serie de dos crónicas sobre Circular Sur 303. 
 
Madrugar cansa…

Son las 2:17 a.m. Medellín está muerta. La alarma ha sonado ya dos veces. Sinceramente, desconozco si levantarse a esta hora es madrugar o trasnochar. Supongo que hay personas que ni siquiera se han acostado.

Salí de mi casa llena de suposiciones. Debía llegar a la bahía de los buses a las 4:10 a.m. A esa hora sale el primer Circular Sur del Éxito de Laureles. En mis cavilaciones, supuse que un conductor de bus no se levantaría tan temprano (¿los hombres suelen ser más ágiles?).

Llegué al Éxito a las 3:50 a.m. Contrario a lo que pensaba, la bahía no estaba desierta. La 81, parqueada atrás, ocupaba el lugar habitual de los buses que están de reserva. Una vez más, supuse que tendría la tabla de las 4:10 am… Pero no. Según el orden, el bus asignado es la 08. A eso de las 4:00 a.m., llegó la 252 y se puso de primera en la fila, él sería quién iniciaría la ruta.

A esta hora la ciudad no suena, ni siquiera el motor de la 81 emite algún sonido y su trompa vinotinto luce más oscura. Medellín está llena de luces y comienza a volver a la vida, aunque al sol aún le falten muchas horas para salir. A la bahía le hace falta su ajetreo habitual: ruido de motores, risas, alegatos, olor a café y a cigarrillo.

En la Sur, madrugar significa hacer el primer viaje entre las 4:10 a.m. y las 8:00 a.m., y el que empieza temprano, termina temprano. La pernota consiste en una tabla que inicia “tarde” (para ellos, no para cualquier mortal) y que acaba tarde; se hace el primer recorrido después de las 8:02 a.m., y por lo general sale del Éxito con el último viaje después de las 9:00 p.m.

Basta de suposiciones. Sin cejas es el conductor con el promedio más alto del Circular Sur. Su apodo nació de su escasez de pelo en el cuerpo. El hombre tiene alopecia y, evidentemente, carece de cejas: las tiene pintadas con un delineador en lápiz de color café medio.

Al preguntarle por qué no vino la 08, me cuenta que la 08 nunca madruga y la 252 nunca pernota. Cambiaron las tablas de tal modo que cuando la 08 madruga, la 252 hace la tabla, y viceversa.

El primer Circular no sale a las 4:10 como dice en la tarjeta; normalmente sale con un retraso de unos cinco minutos, puesto que el siguiente Circular lo hace diez minutos después.

Sin cejas baja por San Juan con una tranquilidad extraña para la ruta: “A esta hora no se corre, no hay nadie adelante, no hay a quién sacar [del paradero de la Avenida Oriental]”.

La soledad inicial de la bahía va cambiando a medida que se baja por San Juan. Cuando llegamos al Edificio de los Espejos hay unos quince pasajeros en el carro. Es más de lo que me esperaba a esta hora.

Antes de llegar a la Oriental se le acaban las monedas al conductor, a quien también llaman Monstruo de agua. Ante la situación comenta que en el paradero de los buses de El Poblado Laureles está “El gato”. El gato es un hombre que cambia monedas. Llega al paradero a las 4:00 a.m.

Sin cejas cronometra los tiempos de todo: semáforos, pedazos del recorrido, paraderos… Según él, se gasta 45 minutos de la bahía al Poli, porque en el Poli y en EAFIT sólo se recoge y descarga, de tal modo que logra salir del paradero de la última con 17 minutos exactos para llegar al Éxito de Laureles.

En ese momento sólo se les da una hora y dos minutos para dar la vuelta completa. Y hay que “rayar”. En cristiano, rayar es llegar con el tiempo exacto a la bahía. Ni un minuto más… Sin la excusa de que a esa hora hay tacos, no hay razones para atrasarse.

A las 5:00 a.m. comienza a fluir el tráfico de la ciudad. Las calles empiezan a llenarse de particulares, taxis, buses… pero aún no hay trancones. Y empieza la correría que caracteriza a la ruta. Con la ventaja de que si es necesario “comerse” un semáforo es posible hacerlo.

Sin cejas dice que un buen viaje de 4:10 a.m. mueve unos 60 pasajeros, uno malo unos 40. Hoy movió 55.

A las 5:12 llega a la bahía, como debe ser. Aún no hay despachador. La lógica del conductor de Circular dicta que el despachador es “Cantinflas”, porque “Chelo” llega las 4:30 a.m. A esta hora las cosas son a otro precio. El bus que viene atrás sólo lleva tres minutos de diferencia. Monstruo de agua comenta que este viaje es mejor y que la madrugada define al día: “La madrugada es la mitad del día. Si muevo 600 pasajeros, 300 se hacen en la madrugada”. El promedio para él es de 320 pasajeros en cuatro viajes.

A partir de las 6:00 a.m., los buses se despachan con dos minutos de diferencia. Entonces, la vida toma un ritmo vertiginoso. A las 6:14 es el mejor viaje de la madrugada: Monstruo de Agua movió103 pasajeros.

El último recorrido de la madrugada es 7:16. El viaje no es malo, pero, mostrando porqué tiene el mejor promedio de la Sur, Sin Cejas logra mover 107 pasajeros. Dice que con este viaje “necesitaba compensar el primero, que fue muy malo”. Cuando llego a la bahía por última vez, y siguiendo la lógica, “Cantinflas” ya ha llegado, el Sin cejas tiene descanso y yo me hago pasar por pasajera en el trasbordo de la 436.

Pero pernotar aburre.

―¿Le puedo hacer una pregunta? ―. ―¿A quién le toca la pernota de 9:30 p.m. hoy? ―A mí.

La pernota del Circular Sur consiste en una tabla de viajes que inicia “tarde” ―para ellos, no para el ciudadano de a pie― y termina igualmente tarde. La norma dictamina que el primer viaje de la pernota se hace a las 8:00 a.m. A los carros que salen después les corresponde esa tabla. Por pura casualidad, el bus en el que iba para la bahía a hacer la pernota fue el mismo que tomé al salir de la universidad.

Luego de una corta conversación en la que hablamos entre otras cosas de Fabio Gómez ―El patrón del conductor―, el trabajo en carretera e incluso, la el temor que le tienen las personas al cambio, llegamos a la bahía. No hay preocupación por caerse (llegar tarde), es más, muchos conductores no hacen ese viaje. En el Éxito de Laureles está don Héctor despachando. Le dice al Mono que se espere “un momentico” a que logre llegar la 424. El hombre que está sentado a mi lado hace lo que le dicen y recibe el trasbordo. Sale del paradero a efectuar el que los conductores consideran el peor viaje de la ruta por dos razones: se termina tarde y “no se mueve pueblo”.

Más abajo del Consumo de La América, en el primer paradero de San Juan, y de la manera más atravesada posible, nos alcanza Tilín en la 425. No me quiero ni imaginar cuánto tuvo que correr para lograr pasar ese trasbordo.

La gente desaparece mientras la ciudad agoniza lentamente. Dos pasajeros en el Disco ―uno de los paraderos de la Oriental, llamado así porque originalmente ahí estaba el almacén El Disco―, y ninguno en Los Espejos, son el saldo del paso por la Avenida Oriental.

Bajando por Las Vegas, al frente de la Clínica Clofán, había alguien esperando y no lo vimos extender la mano; sólo hasta que silbó, el conductor cayó en la cuenta y frenó en seco. Al parecer, al hombre no le importó correr de saco y corbata. Al subirse preguntó si ese era el último viaje. En efecto, era el último.

A diferencia del resto de la jornada, el Poli está vacío. EAFIT también ha exhalado su último suspiro: por sus torniquetes no transita nadie y las lámparas blancas de la portería de la Avenida Las Vegas han sucumbido a la oscuridad. Medellín está pronta a morir, el tráfico ha disminuido y con él su ruido, los trancones ya no existen, y por ende el arriero tampoco. 

En la Avenida 80 recogemos el pasajero final. En la Clínica Las Américas, la última de las paradas obligadas, hay cuatro pasajeros en el bus. El Mono me ha dicho que una pernota de 9:30 movía veinte personas como mucho, y hoy fueron 14. No existe predicción más acertada que la experiencia de un conductor.

El Mono hizo el final del viaje mucho más rápido. Al llegar a la bahía todo era silencio. A esta hora los únicos conocidos están en la bomba de San Juan, al frente de Consumo, dónde suelen tanquear los carros de Fabio Gómez. El hombre con quien compartí esta pernota parqueó, descargó el último pasajero e hizo la liquidación, antes de llegar a la estación de gasolina.

428 pasajeros en el día y más de 650 mil pesos para su patrón.

Son las 11:00 p.m. A mí me resta media hora para irme a dormir; a él… subir el bus al parqueadero y finalmente, tras la agobiante jornada, cambiar su vehículo de trabajo por una moto e irse a descansar.  

Doble feo y otras chapas de la Sur


"¿Por qué los conductores tienen el vicio de ponerse apodos? - ¿De ponerse chapas? – Sí. Chapas, apodos, motes, ¡cómo quieras decirle!". Me comenta Esneider, mejor conocido como Jochefa

Si en un lugar son comunes los sobrenombres, es en el gremio de los conductores. Es una parte de su cotidianidad, al punto de llegar a ignorar el nombre de pila de los compañeros.

“¿Cómo se llama Velorio? - …Velorio. La verdad, no sé”… El apodo predomina por encima del nombre hasta niveles cómicos.  

Al preguntarles porque se llaman con motes no logran llegar a un consenso. Velorio afirma que se dan por la “camaradería que se maneja con los compañeros”. Doble feo asegura que lo hacen  porque “les gusta poner en ridículo a la gente, porque les queda más fácil…”. El Mocho, por su parte, dice que “es una costumbre, todos se conocen por un apodo, no por el nombre, cuando llegan a la ruta los bautizan…”. Jochefa cuenta que su apodo es un asunto de herencia: “Eso siempre ha sido un tabú entre los conductores. Yo no tenía chapa, es una herencia de mi papá. Muchas veces pasa eso también en el gremio”. Congote asevera que “de por sí es manera de socializar entre nosotros. En ocasiones uno asocia a un compañero no con el nombre sino con el apodo”; mientras Cossio no tiene reparos en asegurar que probablemente sus compañeros “hicieron algo y desde ahí les quedo, o en las terminales no falta el que pone los apodos. Casi siempre  hay un man que bautiza a todos, al que llega lo bautiza con un apodo”. 

Doble feo, Velorio, El Mocho, Jochefa, Mostro de agua, La muerte… son algunos de los hombres más conocidos del llamado Circular Sur 303. Cada uno tiene una historia detrás de su sobrenombre. 

Doble feo no, John Jairo, ¡John Jairo!, así responde este hombre cuando se le llama por su chapa. Sinceramente, me lo imaginaba más feo, porque hasta donde me contaron su apodo nació de este defecto físico: “Doble feo es tan feo que es dos veces feo”. John Jairo es moreno, de estatura y contextura media. Maneja “la 307” ―forma usual, con artículo femenino, en que los conductores se refieren a su vehículo―, bus perteneciente a la empresa Sotrames. No tiene reparos en asegurar que prefiere su nombre y que su apodo nació del hecho de ser feo. Aunque también cree que nació de una canción de salsa que versa así: “El lunes salió a trabajar, no regresó al apartamento, el viernes llega doble feo, pura cabeza y sin aliento”.

Velorio es El Señor. Es uno de los hombres más antiguos de esta ruta. Un ‘vieja guardia’, dirían algunos. Tiene el cabello negro algo canoso, el cual se peina hacia atrás y unos dientes dignos de envidia. Veinte años manejando bus lo hacen uno de los mejores. Cuenta que se levanta cada día pensando en “ver si hoy movemos los 800 (pasajeros)”. El considerado mejor chivero maneja también el mejor bus: “la 420”. Es un bus International lleno de modificaciones en el motor. Ni siquiera tiene el original.  Si se le pregunta porque le pusieron Velorio, él asegura que no existe una razón real. Aunque la leyenda versa que hace muchos años luego de su primer año de trabajo pidió un “caimán”. Y que solía sacar sus días libres con la excusa de que se le había muerto alguien… Una tía, un tío, un primo… Como vivía en “velorios” lo dejaron Velorio

El Mocho es un tipo joven. Un hombre digno de admirar. A su mano derecha le faltan varios dedos. Siempre me he preguntado cuánto tiempo le habrá llevado dominar la técnica que tiene para devolver. ¡A mí se me caen más fácil las monedas que a él! A diferencia de los dos anteriores es un “caimán”. En cristiano, “caimán” significa supernumerario. Está ahí para hacer reemplazos en diversos carros de Coonatra. Asegura, con un cierto dejo de tristeza, que le llaman El Mocho: por mi mano, tengo una mano que le faltan varios pedacitos de dedo”.   

Cochefa es un hombre de mediana edad, moreno y un poco pasado de kilos. Al igual que varios de sus compañeros prefiere su nombre, aunque igualmente afirma que nadie lo conoce así. Su apodo es un asunto hereditario: “Yo no tenía chapa, es una herencia de mi papá. Mi papa tenía una amiga que se llamaba Josefa, cierto día fueron a buscarlo y le dijeron ¿Dónde está Cochefa? Es un juego de palabras. Esa chapa me la dejaron a mí”.


Don José es un hombre bastante serio. Sus compañeros dicen que es un limón. La muerte, le llaman. Su mote nació de su carencia de expresión facial. Puede estar muy enojado o muy feliz y siempre tiene la misma cara seria e incluso intimidante. Es bien sabido en la ruta que le disgusta totalmente su apodo. Cossio cuenta que recién entrado le llamo La muerte, y don José le dijo: “Usted tiene nombre, ¿cierto? – Sí. – Bueno, yo también. Yo me llamo José. Dígame José”.   


Pero cómo en todas partes, existen excepciones a la regla. Juan David, un ex administrador, carece de apodo. Juan es delgado, no muy alto y tiene brackets desde hace algunos años. Maneja “la 436”, un caregato ―bus International cuya trompa se asemeja la nariz de un gato― de Santra.  Algunos aseguran que su carencia de mote se debe al hecho de ser nuevo: “Los vieja guardia son los que tienen apodo”, me dice Frank luego de preguntarle porque Juan no tiene chapa. Y como él no es uno, sencillamente no tiene.    

Apodos pueden existir en cualquier lugar, pero en el mundo de los conductores, es parte de su interacción social, de su diario vivir. Vieja guardia o no, la chapa resulta siendo una parte natural de cada uno. 

Lo que no se nombra no existe, así, los conductores “existen” dos veces. Una con su nombre y otra con su chapa. 

Circular Sur 303: Crónicas a bordo de un bus

Las entradas que suba de aquí en adelante son parte del reportaje que titula esta entrada. Igualmente hacen parte del reportaje En los zapatos de un conductor (http://johaniitah46.blogspot.com/2012/05/en-los-zapatos-de-un-conductor.html) y El trabajo no tan derecho de ir a la izquierda (http://johaniitah46.blogspot.com/2013/06/el-trabajo-no-tan-derecho-de-ir-la.html).

martes, 25 de junio de 2013

Si juntamos a La Doble a y Calibre 38, ¿qué sucede?

El pasado 11 de mayo, el teatro Matacandelas acogió dos bandas bastante conocidas de la escena paisa: La Doble a y Calibre 38.  

El teatro Matacandelas está ubicado en el corazón de Medellín: el Centro. Recuerdo que un amigo mío solía decir: “Mientras menos voy al centro, más feliz soy”. Conozco muchas personas que piensan igual. Pero ir a poguear y cantar hasta que los pulmones no den más es suficiente justificación para entrar al poco agradable corazón de la ciudad. 

El Matacandelas es un teatro con fachada de casa vieja, paredes rosadas, y puertas y ventanas verdes. Adentro, un pasillo, luego una sala y al fondo el escenario. Al lado del corto pasillo hay un bar lleno de afiches y cuadros de hace unos 50 años. 

Ese día, el Matacandelas abría sus puertas a dos bandas de rock de la ciudad que llevaban años sin compartir escenario: Calibre 38 y La Doble a. El invitado especial del día era una banda argentina cuya vida estaba en el rock n’ roll como versa la canción de La Doble a. La Burra al Trigo, desde Argentina, había viajado por todo el continente con su música y ganas de tocar como único capital. Y ¡hasta dónde habían llegado! 

Según el cartel oficial, el concierto empezaría las 2:00 p.m. Y a esa hora arrancó. Hago hincapié en esto, porque lo más normal es que un toque empiece con un cierto tiempo de retraso. Normalmente es de 30 minutos a una hora.  

Empezó La Burra al Trigo demostrando el amor que le tiene al rock. Quizá por no ser tan conocida, el público no coreó sus canciones, pero a ellos más que a muchas bandas se les nota el ideal de vida que tienen: andar por el mundo de la mano de este género que tiene muchos enamorados. 

Luego, venía una de las bandas organizadoras del evento, La Doble a. Hacía un buen tiempo no compartían escenario las dos agrupaciones. Según Camilo Ángel, baterista de La Doble a, este toque “realmente fue como la primera vez, pues las veces pasadas estaban muy separadas nuestras presentaciones. Aquí compartimos más. Yo la pasé muy bien, aportaron muy buena energía al ambiente, y brindaron un show en el punto más alto, desde el principio. Tienen muy buena actitud”.  

La Doble a tenía la gran tarea de tocar 20 canciones. El público estaba distribuido así a lo largo del teatro: en las tres primeras filas están los más fanáticos de la banda. Después de la tercera fila, se deja el espacio necesario para ese lugar dónde los muchachos descargan energías al ritmo de la batería: el pogo.


“Si prestamos mucha atención, escucharemos el graznido del pez volador”, dice el intro de Un Planeta Diferente, canción que le da título al último disco de la banda. La gente empezaba a corear: Quiero volar hasta un planeta diferente y de forma permanente quedarme allí… La banda había iniciado su show. Luego iría “Viene y va”… El viento viene y va con vos, arrastrando con la marea todo lo que fui, todo lo que soy, dice el coro, mientras los ánimos se calentaban y la gente empezaba a cantar con más fuerza. Seguirían “Hace frío” y “Tus sueños rotos”. Luego de estas cuatro canciones la banda haría una pequeña pausa. Tadeo, el vocalista, saludaba al público y le daba las gracias por estar allí. 

El repertorio prosiguió con Lento, aunque lo único lento habían sido los días previos al concierto, Cruel y Vuelve a salir el sol. Tadeo es un excelente sustituto de Wakko, vocalista de The Other Planet, quién hace las voces del disco en “Vuelve a salir el sol”.  Luego de un corto descanso para hidratarse, la banda cantó “Muy tarde” y “Espero que te sientas sola”. En este punto los ánimos quizá estaban en uno de sus puntos más alucinantes, pero el punto máximo se vería más adelante. Sola, sola, solamente espero que te sientas sola. Los pulmones empezaban a alcanzarse cada vez más pronto y el sudor a recorrer la espalda. 

En la siguiente pausa, Nicolás Parra o Zoonico, como prefieran llamarle, tomaba el micrófono para hacer una dedicatoria muy especial: Esta es una canción que ustedes seguramente se saben mejor que nosotros y yo se la quiero dedicar a un primo mío, que es como un hermano. Está en Estados Unidos, probando suerte, jugando fútbol. Va para Agus, que hoy cumple años. Esto se llama “Despertar con vos”. Inmediatamente sonó el ritmo inicial del tema. Esta canción es una de las más queridas por el público. La voz al unísono de los presentes era más fuerte que la de la banda en aquel momento.  La gente coreaba de tal forma que en varias oportunidades, la banda le cedió la voz a sus fanáticos. Sólo sonaba el instrumental. En mi cama no volviste a latir, mis deseos se fueron con tu amor, la fortuna de hacerte feliz, en esta vida no me tocó cantaban los asistentes mientras la banda hacía la parte del sonido. Luego en su Twitter, con respecto a esta reacción de la gente, comentaban: “¡Qué fácil nos hicieron el trabajo cantando a todo pulmón! ¡Los amamos!”. 

Respiro buenos aires si me haces falta, ¡Mal detalle!.. Es mejor dejarte ir que esperarte aquí por siempre, es mejor romper el puente que te trae a mí mente, dice el coro de las dos canciones siguientes en el set list a “Despertar con vos”. Los pulmones comenzaban a alcanzarse totalmente. La voz se iba volviendo ronca, síntoma de que muy pronto dirá adiós.
Las tres canciones siguientes las disfrutaron mucho quiénes poguean, son perfectas para ello. Máquina del tiempo, es esa canción que los presentes escuchamos cuando quisiéramos que el corazón durmiera y soñara con inventar una máquina del tiempo para quitarnos el dolor amargo de la traición. La gente enloquece con Limón, al momento en que cambia abruptamente y sube el tempo de la batería considerablemente. Mi vida está en el rock n’ roll narra el ideal rockero de muchos: vivir de la música. 

Era el turno de Tadeo de presentar a los hombres que le acompañaban en el escenario: Nicolás, Ángel y Sierra, conforman una banda que a día de hoy lleva 15 años en el circuito. Y la mayoría de nosotros espera que sean muchísimos más.
La siguiente sorpresa de la tarde por parte de La Doble a nos la brindaría Camilo Ángel. La siguiente canción en el repertorio era un préstamo: “Quiero más cerveza” de Calibre 38. “Un día cualquiera camino a mi barrio, fumo un cigarrillo para calmar mi adicción, ando buscando en las calles de Medallo, un poco de diversión”. Dice la segunda parte de la canción. Pero en la voz no estaba Tadeo… ¡Estaba Ángel! Era la primera vez que se veía algo así. Algunos ya habíamos tenido la suerte de verlo tocando a una sola mano como el gran baterista que es, pero no haciendo una voz principal. “La emoción previa ante el cantar es más de no cagarla, porque en ensayos me trababa el ritmo de la batería, o cambiaba la letra, como un sustico y mucha concentración, de todas maneras era un fragmento breve y yo estaba desde atrás; ya al momento de cantar es distinto, porque se enfrenta al público y se le brinda eso, y el público te inyecta una euforia, muy fuerte, con la que te expresa que el estar ahí es muy importante para ellos. La unión de las dos emociones es climática, el susto se anula, al igual que los cuidados, y se canta respetando al público”, afirmaba luego el baterista. 

Por último, iría una de las canciones emblema de la banda. Una de esas que los dio a conocer años atrás. Es una fiesta bestia, nadie nos va a parar, formemos una orquesta, vámonos pa’l bar, dice el coro de la canción mientras Juan Camilo Restrepo, ex baterista de La Doble a y actual baterista de Calibre 38 hacía el ritmo con sus baquetas y cantaba desde un mirador a un lado de la sala. Los presentes efectivamente se habían sumergido en una Fiesta Bestia, la mayoría de los que estábamos allá teníamos el cabello enjuagado en sudor y la voz con un tono y timbre que no es el habitual, producto del sobre esfuerzo de las cuerdas vocales y los pulmones. 

Al final de la canción, uno de los personajes más queridos de la banda, se subió al escenario a cantar la última estrofa. “¡Es una emoción muy chimba!, cantar al lado de la banda que más me gusta, y aparte son mis amigos, mis hermanos. Y no fue un impulso, fue un llamado de Nicolás para que me subiera a cantar con ellos”. Decía Simon Padilla, roaddie y fotógrafo de la banda.

La Doble a bajaba del escenario, mientras los asistentes coreaban: “Queremos los tres ocho, ¿Calibre dónde está?”.  O en su defecto: “Calibre está borracho, woooh”. Calibre 38 es una banda de punk rock bastante conocida de la ciudad. Una banda al estilo de 2 minutos o Attaque 77. Mientras ellos se acomodaban en el escenario, el público aprovechaba para tomarse una cerveza o salir del teatro un momento a respirar aire fresco.


Calibre empezaba su show con “Hora de partir”. Tenían por delante 20 canciones por tocar. El público ya había calentado ánimos con La Doble a y Calibre ha brindado ese ritmo perfecto para armar el pogo. Su baterista siempre lo deja todo. Transmite una energía increíble, además de ejecutar muy bien su instrumento. 

Seguirían “Quiero punk rock”, “Solo en la mesa y “Malos momentos”. El público sacaba voz y pulmones de dónde no los tenía mientras el pogo animaba la escena.  En el escenario, Óscar Suescún, hacía su mímica de una guitarra de aire, y al igual que quienes empuñan una guitarra o un bajo, se juntaba con sus guitarristas o bajista haciendo una escena para muchos conocida.

Luego de una pequeña pausa, algo de agua y un corto respiro, volvían iniciar, ahora con un cover traído directamente desde Argentina. “Más que 10” de Bulldog resonaba en esa casa vieja transformada en teatro. “No quiero saber, no quiero saber más de vos, nada más de vos”… “Nos llaman los tres ocho, Calibre 38”, dice el coro de las 2 canciones que seguían en el repertorio: “Nada más de vos” y “Calibre 38”. Seguiría una de las canciones más queridas por el público de los 38: En el cielo no nos quieren. “La siguiente canción va para todas esas viejitas que dicen que nuestra música es satánica” anunciaba Suescún, vocalista de la banda. En el cielo no nos quieren, no sé qué es lo que hicimos mal, si en el cielo no nos quieren, buscaremos juntos otro lugar coreaban los presentes a máximo volumen, con la energía e ilusión propia de un grupo de niños pequeños. 

Otro cover: No te pudiste aguantar de Attaque 77, el Matacandelas retumbaba al ritmo de la canción de la banda argentina. Seguirían “Rabia y dolor” y “Resurrección”, en esta última, Andrés Suárez, integrante de Los Panrockers subiría al escenario a compartir escenario con los tres ocho. Luego de un préstamo de guitarra, Andrés empezaría a tocar los acordes de la canción. Supongo que para él fue un momento bastante emotivo. Su cara reflejaba la felicidad de estar en tarima con los tres ocho. Seguiría con la guitarra colgada al hombro para tocar “Ya no sos igual”, canción perteneciente a 2 minutos. 
Luego de que Andresito, como suelen llamarle sus conocidos a causa de su estatura, se bajara del escenario, el vocalista de Calibre anunciaría que Pablo Jaramillo, bajista de la banda y uno de sus fundadores, abandonaría los tres ocho por motivos de fuerza mayor. El público comenzó a corear a modo de agradecimiento: ¡Pablito está borracho, wooh! ¡Pablito está borracho, wooh!  Sonarían luego “Fuera de este mundo” y “Solución suicida”. La gente allí presente sudaba mares mientras gastaba sus reservas de energía y aire coreando. 
Era el turno de que La Doble a le hiciera un préstamo a Calibre… Es una fiesta bestia, nadie nos va a parar, formemos una orquesta, vámonos pa’l bar,  entonaba Suescún, mientras el público le seguía y hacía las palmas. Se hizo el silencio e inmediatamente sonó el riff inicial de “Living in Medellín”. Te odio, te amo, te insulto, te extraño, con vos me siento así, siempre te llevo en mí versa la primera estrofa de la canción. Así la voz no diera para cantar a su máximo volumen y los pulmones se quedaran cortos de aire más rápido de lo común, todos los allí presentes cantaron como si el toque apenas empezara. Al final de la canción Óscar haría hincapié en que la grabó su baterista con el mayor de los orgullos. Camilo Ángel, actual baterista de La Doble a dice acerca de su homólogo: “Lo felicito por la manera como toca en Calibre y le agradezco por la actitud y disposición de aquel día”.

El último cover del día: “La fiesta empezó” de los argentinos de Doble Fuerza, quiénes el 26 de mayo visitarán la ciudad para tocar en el Del Putas Fest. El pogo aún existía, los muchachos se cansan menos. Porque para aguantar dos horas de pogo se necesita muchísima energía. “La Carta” y “Colegiala” son dos de las canciones más queridas de los tres ocho. El vocalista antes de entonar “Colegiala” preguntaba si en el público había alguna. Al parecer no. La mayoría de las presentes ya dejó las faldas de colegio de lado. 

“Cerveza y rock n’ roll” y “Quiero más cerveza” finalizarían el repertorio de Calibre 38. El público siguió coreando, saltando y pogueando hasta el físico agotamiento. Al final, uno de los fanáticos de ambas bandas, Tatane Ocampo, subió al escenario a cantar el último coro de Quiero más cerveza: “Quiero más cerveza, quiero más cerveza, hoy yo me voy a emborrachar, mañana no voy a estudiar”  dice el final de la canción. Los asistentes le seguían con una pasión única e irrepetible. 

Luego de tanto pogo y sudor el Matacandelas iría quedando vacío. El público se retiraba, a lo mejor a beber una botella de vino mientras seguía la Fiesta Bestia iniciada en el teatro.