"¿Por qué los conductores tienen el vicio de ponerse apodos? - ¿De ponerse chapas? – Sí. Chapas, apodos, motes, ¡cómo quieras decirle!". Me comenta Esneider, mejor conocido como Jochefa.
Si en un lugar son
comunes los sobrenombres, es en el gremio de los conductores. Es una parte de
su cotidianidad, al punto de llegar a ignorar el nombre de pila de los
compañeros.
“¿Cómo se llama Velorio? - …Velorio. La verdad, no sé”… El apodo predomina por
encima del nombre hasta niveles cómicos.
Al preguntarles porque
se llaman con motes no logran llegar a un consenso. Velorio afirma que se dan por la “camaradería
que se maneja con los compañeros”. Doble feo asegura que lo
hacen porque “les gusta poner en ridículo a la gente, porque les queda más fácil…”. El
Mocho, por su parte, dice que “es una
costumbre, todos se conocen por un apodo, no por el nombre, cuando llegan a la
ruta los bautizan…”. Jochefa cuenta que su apodo es un asunto de herencia:
“Eso siempre ha sido un tabú entre los
conductores. Yo no tenía chapa, es una herencia de mi papá. Muchas veces pasa
eso también en el gremio”. Congote asevera que “de por sí es manera de socializar entre nosotros. En ocasiones uno
asocia a un compañero no con el nombre sino con el apodo”; mientras Cossio no tiene reparos en asegurar que
probablemente sus compañeros “hicieron
algo y desde ahí les quedo, o en las terminales no falta el que pone los
apodos. Casi siempre hay un man que
bautiza a todos, al que llega lo bautiza con un apodo”.
Doble feo, Velorio, El Mocho, Jochefa, Mostro de agua, La muerte… son algunos de los
hombres más conocidos del llamado Circular Sur 303. Cada uno tiene una historia
detrás de su sobrenombre.
Doble feo no, John Jairo, ¡John Jairo!, así responde este
hombre cuando se le llama por su chapa. Sinceramente, me lo imaginaba más feo,
porque hasta donde me contaron su apodo nació de este defecto físico: “Doble
feo es tan feo que es dos veces feo”. John Jairo es moreno, de estatura y
contextura media. Maneja “la 307” ―forma usual, con artículo femenino, en que
los conductores se refieren a su vehículo―, bus perteneciente a la empresa
Sotrames. No tiene reparos en asegurar que prefiere su nombre y que su apodo
nació del hecho de ser feo. Aunque también cree que nació de una canción de
salsa que versa así: “El lunes salió a trabajar, no regresó al apartamento, el
viernes llega doble feo, pura cabeza y
sin aliento”.
Velorio es El
Señor. Es uno de los hombres más antiguos de esta ruta. Un ‘vieja guardia’, dirían algunos. Tiene el
cabello negro algo canoso, el cual se peina hacia atrás y unos dientes dignos
de envidia. Veinte años manejando bus lo hacen uno de los mejores. Cuenta que
se levanta cada día pensando en “ver si hoy movemos los 800 (pasajeros)”. El considerado mejor chivero maneja
también el mejor bus: “la 420”. Es un bus International lleno de modificaciones
en el motor. Ni siquiera tiene el original. Si se le pregunta porque le pusieron Velorio, él asegura que no existe una
razón real. Aunque la leyenda versa que hace muchos años luego de su primer año
de trabajo pidió un “caimán”. Y que solía sacar sus días libres con la excusa
de que se le había muerto alguien… Una tía, un tío, un primo… Como vivía en
“velorios” lo dejaron Velorio.
El Mocho es un tipo joven. Un hombre digno de admirar.
A su mano derecha le faltan varios dedos. Siempre me he preguntado cuánto
tiempo le habrá llevado dominar la técnica que tiene para devolver. ¡A mí se me
caen más fácil las monedas que a él! A diferencia de los dos anteriores es un
“caimán”. En cristiano, “caimán” significa supernumerario. Está ahí para hacer
reemplazos en diversos carros de Coonatra. Asegura, con un cierto dejo de
tristeza, que le llaman El Mocho: “por mi mano, tengo una mano que le faltan
varios pedacitos de dedo”.
Cochefa es un hombre de mediana edad, moreno y un poco pasado de kilos. Al
igual que varios de sus compañeros prefiere su nombre, aunque igualmente afirma
que nadie lo conoce así. Su apodo es un asunto hereditario: “Yo no tenía chapa, es una herencia de mi
papá. Mi papa tenía una
amiga que se llamaba Josefa, cierto día fueron a buscarlo y le dijeron ¿Dónde
está Cochefa? Es un juego de palabras. Esa chapa me la dejaron a mí”.
Don José es un hombre
bastante serio. Sus compañeros dicen que es un
limón. La muerte, le llaman. Su mote nació de su carencia de expresión
facial. Puede estar muy enojado o muy feliz y siempre tiene la misma cara seria
e incluso intimidante. Es bien sabido en la ruta que le disgusta totalmente su
apodo. Cossio cuenta que recién
entrado le llamo La muerte, y don José le dijo: “Usted tiene nombre, ¿cierto? – Sí. – Bueno, yo también. Yo me llamo
José. Dígame José”.
Pero cómo en todas
partes, existen excepciones a la regla. Juan David, un ex administrador, carece
de apodo. Juan es delgado, no muy alto y tiene brackets desde hace algunos
años. Maneja “la 436”, un caregato
―bus International cuya trompa se asemeja la nariz de un gato― de Santra. Algunos aseguran que su carencia de mote se
debe al hecho de ser nuevo: “Los vieja
guardia son los que tienen apodo”, me dice Frank luego de preguntarle
porque Juan no tiene chapa. Y como él
no es uno, sencillamente no tiene.
Apodos pueden existir
en cualquier lugar, pero en el mundo de los conductores, es parte de su
interacción social, de su diario vivir. Vieja guardia o no, la chapa resulta
siendo una parte natural de cada uno.
Lo que no se nombra no
existe, así, los conductores “existen” dos veces. Una con su nombre y otra con
su chapa.
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