jueves, 12 de diciembre de 2013

Circular Sur 303: Conocer para criticar


¿Sabe usted cuántas horas duerme un conductor de bus? ¿Cuántas horas tiene para comer? ¿Cuánto tiempo comparte con su esposa o sus hijos? La mayoría de las personas me responderán estos interrogantes con una negativa. Pero aún sin saber quién es él que va tras el volante y cómo es su vida, la mayoría de las personas se dedican a juzgarlo ¿Será que verle la cara nos da ese derecho? Porque al conductor del Metro no se le juzga, así también se pare en el freno en el momento menos pensado. 
 
Si existe un trabajo esclavizante es manejar bus. Se pasan hasta 4 o 5 horas sin poder ir al baño o poder probar bocado decente. Se enferman del corazón por la vida sedentaria que llevan, de los riñones por no poder orinar y conviven con un diario estrés que les saca arrugas antes de tiempo. Porque el conductor tiene variedad de responsabilidades: tiene que cuidar al pasajero, a sí mismo, al bus, al peatón, mantener contento al patrón, y llevar el pan a su casa. 

¿Por qué se estigmatiza tanto el trabajo del conductor? ¿De verdad es un pobre hijo de puta ―discúlpeme la grosería, amable lector―, que no estudió y que no sabe hacer nada más en la vida? La respuesta es no. He conocido de primera mano tecnólogos, administradores, incluso médicos que están manejando porque la vida no les dejó más opción. Y que se están ganando el pan para su mesa honradamente. 

Y se ha puesto usted a pensar, ¿a qué horas se levanta un conductor? La respuesta le aterrorizaría. Puedo decir que lo viví en carne propia y aún desconozco si levantarse a las 2:30 a.m. es madrugar o trasnochar. Y ellos lo hacen día tras día para que esta ciudad pueda ir a sus lugares de estudio o trabajo. Bajo esas circunstancias, ¿será que puedo yo exigirle a una persona común y corriente, igual que usted o yo, apreciado lector, que esté de buen genio a las 2pm habiendo dormido unas pocas horas? Creo que ni usted ni yo podemos exigir eso y aun así ellos hacen el intento. 

¡Y qué triste resulta oír cosas como está!: “¡Hijueputa! - ¿Será que un hijueputa más o un hijueputa menos me va a dar o a quitar?”. Estos hombres se han acostumbrado tanto al desprecio social que llegan a ese punto. Un “hijueputa”, “bruto”, “vaca” o “animal” ya les da igual. Ya no es insulto. Y no creo que usted, querido lector sea capaz de soportar un promedio de veinte insultos por día ¿o sí?..

Pero eso sí, usted como pasajero probablemente no cambie después de leer estas líneas. Usted seguirá haciendo mala cara por tener que ir parado en bus, cuando al Metro se mete como un borrego, seguirá criticando al conductor a diestra y siniestra y probablemente le seguirá insultando y en su inconsciente seguirá siendo un hijueputa muerto de hambre. 

¡Cuánto daño hacen los estereotipos! Y por cierto, antes de juzgar, tómese el tiempo de conocer.  

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