Madrugar cansa…
Son
las 2:17 a.m. Medellín está muerta. La alarma ha sonado ya dos veces.
Sinceramente, desconozco si levantarse a esta hora es madrugar o trasnochar. Supongo
que hay personas que ni siquiera se han acostado.
Salí
de mi casa llena de suposiciones. Debía llegar a la bahía de los buses a las
4:10 a.m. A esa hora sale el primer Circular Sur del Éxito de Laureles. En mis
cavilaciones, supuse que un conductor de bus no se levantaría tan temprano (¿los
hombres suelen ser más ágiles?).
Llegué
al Éxito a las 3:50 a.m. Contrario a lo que pensaba, la bahía no estaba
desierta. La 81, parqueada atrás, ocupaba el lugar habitual de los buses que
están de reserva. Una vez más, supuse que tendría la tabla de las 4:10 am… Pero
no. Según el orden, el bus asignado es la 08. A eso de las 4:00 a.m., llegó la
252 y se puso de primera en la fila, él sería quién iniciaría la ruta.
A
esta hora la ciudad no suena, ni siquiera el motor de la 81 emite algún sonido
y su trompa vinotinto luce más oscura. Medellín está llena de luces y comienza
a volver a la vida, aunque al sol aún le falten muchas horas para salir. A la
bahía le hace falta su ajetreo habitual: ruido de motores, risas, alegatos,
olor a café y a cigarrillo.
En
la Sur, madrugar significa hacer el primer viaje entre las 4:10 a.m. y las 8:00
a.m., y el que empieza temprano, termina temprano. La pernota consiste en una
tabla que inicia “tarde” (para ellos, no para cualquier mortal) y que acaba
tarde; se hace el primer recorrido después de las 8:02 a.m., y por lo general
sale del Éxito con el último viaje después de las 9:00 p.m.
Basta
de suposiciones. Sin cejas es el
conductor con el promedio más alto del Circular Sur. Su apodo nació de su
escasez de pelo en el cuerpo. El hombre tiene alopecia y, evidentemente, carece
de cejas: las tiene pintadas con un delineador en lápiz de color café medio.
Al
preguntarle por qué no vino la 08, me cuenta que la 08 nunca madruga y la 252
nunca pernota. Cambiaron las tablas de tal modo que cuando la 08 madruga, la
252 hace la tabla, y viceversa.
El
primer Circular no sale a las 4:10 como dice en la tarjeta; normalmente sale
con un retraso de unos cinco minutos, puesto que el siguiente Circular lo hace diez
minutos después.
Sin cejas
baja por San Juan con una tranquilidad extraña para la ruta: “A esta hora no se
corre, no hay nadie adelante, no hay a quién sacar [del paradero de la Avenida
Oriental]”.
La
soledad inicial de la bahía va cambiando a medida que se baja por San Juan.
Cuando llegamos al Edificio de los Espejos hay unos quince pasajeros en el
carro. Es más de lo que me esperaba a esta hora.
Antes
de llegar a la Oriental se le acaban las monedas al conductor, a quien también
llaman Monstruo de agua. Ante la
situación comenta que en el paradero de los buses de El Poblado Laureles está “El
gato”. El gato es un hombre que cambia monedas. Llega al paradero a las 4:00
a.m.
Sin cejas
cronometra los tiempos de todo: semáforos, pedazos del recorrido, paraderos…
Según él, se gasta 45 minutos de la bahía al Poli, porque en el Poli y en EAFIT sólo se recoge y
descarga, de tal modo que logra salir del paradero de la última con 17 minutos
exactos para llegar al Éxito de Laureles.
En
ese momento sólo se les da una hora y dos minutos para dar la vuelta completa.
Y hay que “rayar”. En cristiano, rayar es llegar con el tiempo exacto a la
bahía. Ni un minuto más… Sin la excusa de que a esa hora hay tacos, no hay
razones para atrasarse.
A
las 5:00 a.m. comienza a fluir el tráfico de la ciudad. Las calles empiezan a
llenarse de particulares, taxis, buses… pero aún no hay trancones. Y empieza la
correría que caracteriza a la ruta. Con la ventaja de que si es necesario
“comerse” un semáforo es posible hacerlo.
Sin cejas dice
que un buen viaje de 4:10 a.m. mueve unos 60 pasajeros, uno malo unos 40. Hoy
movió 55.
A
las 5:12 llega a la bahía, como debe ser. Aún no hay despachador. La lógica del
conductor de Circular dicta que el despachador es “Cantinflas”, porque “Chelo”
llega las 4:30 a.m. A esta hora las cosas son a otro precio. El bus que viene
atrás sólo lleva tres minutos de diferencia. Monstruo de agua comenta que este viaje es mejor y que la madrugada
define al día: “La madrugada es la mitad del día. Si muevo 600 pasajeros, 300
se hacen en la madrugada”. El promedio para él es de 320 pasajeros en cuatro
viajes.
A
partir de las 6:00 a.m., los buses se despachan con dos minutos de diferencia.
Entonces, la vida toma un ritmo vertiginoso. A las 6:14 es el mejor viaje de la
madrugada: Monstruo de Agua movió103
pasajeros.
El
último recorrido de la madrugada es 7:16. El viaje no es malo, pero, mostrando
porqué tiene el mejor promedio de la Sur, Sin
Cejas logra mover 107 pasajeros. Dice que con este viaje “necesitaba
compensar el primero, que fue muy malo”. Cuando llego a la bahía por última
vez, y siguiendo la lógica, “Cantinflas” ya ha llegado, el Sin cejas tiene descanso y yo me hago pasar por pasajera en el
trasbordo de la 436.
Pero pernotar aburre.
―¿Le
puedo hacer una pregunta? ―Sí. ―¿A
quién le toca la pernota de 9:30 p.m. hoy? ―A
mí.
La pernota
del Circular Sur consiste en una tabla de viajes que inicia “tarde” ―para
ellos, no para el ciudadano de a pie― y termina igualmente tarde. La norma
dictamina que el primer viaje de la pernota se hace a las 8:00 a.m. A los
carros que salen después les corresponde esa tabla. Por pura casualidad, el bus
en el que iba para la bahía a hacer la pernota fue el mismo que tomé al salir
de la universidad.
Luego
de una corta conversación en la que hablamos entre otras cosas de Fabio Gómez
―El patrón del conductor―, el trabajo en carretera e incluso, la el temor que
le tienen las personas al cambio, llegamos a la bahía. No hay preocupación por caerse (llegar tarde), es más, muchos
conductores no hacen ese viaje. En el Éxito de Laureles está don Héctor despachando.
Le dice al Mono que se espere “un momentico” a que logre llegar la 424. El
hombre que está sentado a mi lado hace lo que le dicen y recibe el trasbordo.
Sale del paradero a efectuar el que los conductores consideran el peor viaje de
la ruta por dos razones: se termina tarde y “no se mueve pueblo”.
Más
abajo del Consumo de La América, en el primer paradero de San Juan, y de la
manera más atravesada posible, nos alcanza Tilín
en la 425. No me quiero ni imaginar cuánto tuvo que correr para lograr pasar
ese trasbordo.
La
gente desaparece mientras la ciudad agoniza lentamente. Dos pasajeros en el
Disco ―uno de los paraderos de la Oriental, llamado así porque originalmente
ahí estaba el almacén El Disco―, y ninguno en Los Espejos, son el saldo del paso
por la Avenida Oriental.
Bajando
por Las Vegas, al frente de la Clínica Clofán, había alguien esperando y no lo
vimos extender la mano; sólo hasta que silbó, el conductor cayó en la cuenta y
frenó en seco. Al parecer, al hombre no le importó correr de saco y corbata. Al
subirse preguntó si ese era el último viaje. En efecto, era el último.
A
diferencia del resto de la jornada, el
Poli está vacío. EAFIT también ha exhalado su último suspiro: por sus
torniquetes no transita nadie y las lámparas blancas de la portería de la
Avenida Las Vegas han sucumbido a la oscuridad. Medellín está pronta a morir,
el tráfico ha disminuido y con él su ruido, los trancones ya no existen, y por
ende el arriero tampoco.
En
la Avenida 80 recogemos el pasajero final. En la Clínica Las Américas, la
última de las paradas obligadas, hay cuatro pasajeros en el bus. El Mono me ha dicho que una pernota de
9:30 movía veinte personas como mucho, y hoy fueron 14. No existe predicción
más acertada que la experiencia de un conductor.
El Mono hizo
el final del viaje mucho más rápido. Al llegar a la bahía todo era silencio. A
esta hora los únicos conocidos están en la bomba de San Juan, al frente de
Consumo, dónde suelen tanquear los carros de Fabio Gómez. El hombre con quien
compartí esta pernota parqueó, descargó el último pasajero e hizo la
liquidación, antes de llegar a la estación de gasolina.
428
pasajeros en el día y más de 650 mil pesos para su patrón.
Son
las 11:00 p.m. A mí me resta media hora para irme a dormir; a él… subir el bus
al parqueadero y finalmente, tras la agobiante jornada, cambiar su vehículo de
trabajo por una moto e irse a descansar.
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