domingo, 4 de marzo de 2012

El mundo tiene dientes

''El mundo tenía dientes y podía morderte en cualquier momento. Trissha McFarland lo descubrió cuando tenía nueve años. A las diez, de una mañana de principios de junio, estaba sentada en el asiento trasero del Dodge Caravan de su madre, vestida con una sudadera azul de los Red Sox (la que llevaba 36 Gordon estampado en la espalda), y jugaba con su muñeca. A las diez y media, se había perdido en el bosque. A las once, intentaba contener su terror, no pensar: esto va en serio, esto va muy en serio. Intentaba no pensar en que, en ocasiones, cuando la gente se perdía en el bosque salía gravemente dañada. A veces incluso moría''.
A las doce, Trissha pensaba en cómo sobrevivir, dónde refugiarse, buscar agua y evitar las bestias del bosque.
A las dos, estaba cansada. Caminar en círculos era agotador y no la llevaba a nada. El hambre agobiaba su cerebro y nublaba sus sentidos.
A las dos y media, se quedó dormida. El agotamiento había ganado la batalla por ahora.
A eso de las seis y media, el frío se apoderó del cuerpo de la pequeña y la despertó. Cuando volvió en sí, se dio cuenta de que estaba rodeada de bichos. Escarabajos, hormigas y cucarachas andaban por su cuerpo. Su primera reacción fue gritar tan fuerte que el eco se oyó en todo el lugar. Saltó, intentando librarse de los animales que se habían aferrado a su sudadera.
Luego de quedar libre de los molestos insectos, a las siete y media, empezó a caminar de nuevo, buscando salir del bosque. Pasados unos minutos empezó a llover. Llovía copiosamente, lo que aparentaba ser una tormenta, se convirtió en una tempestad. La niña corría, buscaba donde refugiarse del agua y el frío que calaba sus huesos.
Para su fortuna encontró una cueva y se quedó allí hasta que cesó la lluvia. Los minutos eran eternos. Rompió en llanto. Estaba sola, no tenía ropa o comida y anhelaba la compañía de su madre. El hambre la consumía, pero el temor sobrepasaba la necesidad.
Eran las once. Volvió a caer dormida puesto que no podía calmar el hambre.
A eso de la una de mañana, sentía que algo caminaba encima suyo, la sensación la despertó aterrorizada. Sentía como sus patas recorrían su brazo. El miedo la paralizó y eso le salvó la vida. El haberse sacudido hubiera significado la muerte. Tuvo suerte. La araña recorrió su cuerpo sin causarle daño alguno.
Salió de la cueva. Empezó a oír pasos, el crujir de las hojas significaba que algo o alguien se avecinaba. Lo divisó. Era un enorme oso pardo. Emprendió la huida para salvar su vida.
¡Rápido, rápido, rápido, más rápido!, era su único pensamiento. En medio de la carrera tropezó.
 Al abrir los ojos, estaba en el hospital. Su madre estaba con ella. Esa noche parecía una extraña pesadilla.

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