La ciudad de juguete: cuando
estás arriba te sientes grande, cuando estás abajo eres un juguete más.
Alguna vez me dijeron que
cuando observamos lugares desde partes altas cumplimos uno de los sueños
frustrados del ser humano: volar.
La ciudad que yo veo es una de
juguete, que me recuerda a las maquetas e imitaciones a escala en las que
gastaba mis tardes cuando era niña.
Es un río de luces, de
belleza infinita, un derroche de luz a la merced de la lente fotográfica de la
que me dotó la naturaleza; mis ojos.
Dos vagones del metro se
cruzan ante mi vista, forman una línea recta perfecta y larga, muy larga.
La ciudad por la que
transito diariamente se convierte en un espectáculo en blanco y negro. Pasa de
ser un paraíso de color a un lugar lleno de contrastes entre la luz de los
hogares y el manto de la noche que cubre el panorama.
Mi ciudad de juguete une los
puntos luminosos que se ven en las montañas con esos enormes edificios, que a
eso de las 7:00 p.m., se convierten en faros.
Desde cada ángulo, desde
cada lugar, veo una Medellín diferente y, a la vez igual, una ciudad muy
pequeña si se le ve desde las alturas.
Hoy, cuando llegue a la Universidad,
seré un juguete más; ayer, me sentía en el aire, me sentía grande.
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