jueves, 3 de enero de 2013

La razón no es buena. Pero valió la pena.


Inducción. Número de veces cursada: dos.

Eso dice mi horario de la universidad. La realidad es que efectivamente no asistí a la dichosa inducción. La razón: Una conversación que no llegó a buen término. O eso creo.

-…- Amor, estoy tomando sangría. Ya estoy prendo. - ¡Deme! Hace mucho que no bebo. – Bueno pues, ya voy por ti. Pero ¿si te dejarían salir? – Amor, siendo contigo, sí. – Bueno.  Ya salgo. Y espérame en pijama, que me da pena. – Como si nunca te hubiera visto gamín. – Baby, estoy tal y como me voy a dormir. Cuando tú vienes al menos estoy recién bañado y peinado. – No importa. Yo te espero en pijama. – Bueno, ya salgo. ¿Y me consientes mucho? – Sí, amor. – Un besito. Ya voy por ti.

Se suponía que era una charla, o al menos lo fue hasta que… Hasta que el tipo en cuestión se desconectó y lo que era una charla pasó a ser una realidad.

-Recuérdame jamás volver a charlar con él mientras esté ebrio. – me repetí mentalmente esta consigna mil veces.

Estaba en pijama, tal y como había pactado con él, de pie en mi ventana. Los nervios me asaltaban. Sabía que lo que iba a hacer no estaba bien. Pero qué importaba. Quería hacerlo y ya.

Eran las 2:00 a.m. cuando asomó a la esquina de la cuadra donde se halla mi casa un Mazda verde del siglo pasado. Reconozco ese carro a metros. A los pocos segundos sonó la BlackBerry que  tenía en aquel entonces. Al otro lado se escuchaba la voz de un hombre diciéndome: “Baja, ya llegué”.

Cogí mis llaves, mi BlackBerry y mi billetera. Tiré la tapa de mi laptop para que pasara a modo de suspensión, apagué la luz de mi cuarto y cerré la puerta. Y salí tratando de no hacer mucho ruido. No me apetecía que mis padres se enteraran que me estaba escapando.

Bajé las escaleras rápidamente, como un ladrón con miedo de ser atrapado.  Abrí la puerta del acompañante y cuando me monté, canté victoria. Lo había logrado.

El hombre que manejaba me recibió con un beso. Uno de esos que dicen te extraño. Arrancamos a toda marcha para su apartamento. Llegamos. En aquel entonces fue algo un poco raro. Él estaba bastante cariñoso conmigo. Cosa que no terminaba de ser del todo normal.

Subimos las escaleras haciendo bastante alboroto. No sé cómo ni porqué los vecinos no salieron a ver que sucedía. Tantas risas a las dos de la madrugada no son para nada comunes. Lo justo hubiese sido un regaño para los dos. Regaño que evidentemente no llegó.

Llegué a la que considere mi casa hace algún tiempo atrás. Nos sentamos en el PC a ver vídeos de Queen, entre otras cosas.

Empezó a darme besos. A acariciarme las piernas. Y debo admitir que siempre he sido muy débil ante sus manos. No necesita más. Luego me levanté de sus piernas a recoger mis chanclas y me mordió las nalgas. Amo que lo haga. Pero sólo él. Nadie más. Empecé a reírme. Siempre me ha dado muchas cosquillas.

-¡A la cama! – Y así lo hice. Me gusta oír sus órdenes. Llevarle los caprichos, tal cual niño pequeño. Él se puso frente a mí. ¿Para dónde iba esto? Yo ya sabía. Y él también.

Este hombre no se quita los bóxer. Se los corre a un lado. Eso hizo, permitiéndome tener el dominio al menos un momento.

No recuerdo como, resultamos en el otro extremo de la cama. Debo aceptar que me gusta ver sus caras y oír sus gritos mientras su pene invade mi boca. Me llena de orgullo.

Otro de sus vicios es hacerme suya acostada boca abajo. Aún no sé exactamente porqué. Creo que la razón es la malsana obsesión que tiene con mis nalgas.

-¡Dime ¿de quién eres?!  - Tuya. - Respondía entre cortadamente.  Hacía mucho tiempo no escuchaba esa pregunta. Para mí solía ser como una promesa sagrada. Alguna otra vez terminaría diciéndole que iba a ser suya por siempre. Que le iba a pertenecer por el resto de mis días.

Terminó y como suele ser, se dejó caer sobre mí. Supongo que de ahí vienen mis dolores de espalda. Pero no importa. Supongo que si no fuera gordo, no le quisiera tanto.

Se acostó a mi lado y me cogió la mano. Es mi turno de hacer una de las cosas que más me gusta hacer. Mimarle. Lograr que se quede dormido. En el fondo, para mí es como un niño pequeño al que gusto de llevarle los caprichos y manías.

Esa es la razón por la que tengo las uñas largas. Le gusta mucho que le pase las uñas por el cuerpo de manera suave. A manera de cosquillas.

Eso hice. Hasta que tomó mis piernas por almohada y le empecé a molestar el cabello. A desenredárselo y a pasarle las uñas suavemente por la raíz. Ahí se quedo dormido. Sé que ya está dormido porque suele soltar el control de la Tv.

Medio se despertó y se hizo a su lado de la cama. Siempre hemos partido cobijas. Porque según él: “Tú las enredas”. Siendo así yo tengo mi propia cobija, almohada y pedazo de la cama.
Nos quedamos dormidos. No sé si exactamente al mismo tiempo. 

A las 7:00 a.m. suena mi BlackBerry. Es mi madre.

“¿Aló? – ¿Usted dónde está? – Estoy de picnic en Ciudad del Río. – ¿Y no va a ir a la inducción? – No, mamá. – ¡Esas son sus responsabilidades! – ¡Ay! Má, yo sé que estoy siendo irresponsable. Y tengo sueño.  Más tarde hablamos. – Adiós.

Cabe anotar que terminé ese primer semestre con promedio 3.7, que a mi parecer no es malo.

Fui a la cama y seguí durmiendo. Cuando volví a despertar eran ya las 12:00 p.m.

El hombre a mi lado también se despertó, me dio los buenos días y me preguntó si quería desayunar. Le dije que sí.

Más o menos 15 minutos después me trajo una bandeja con pizza, pan, pandequeso y jugo de mora. En un esfuerzo sobre humano me comí todo. La verdad es que normalmente suelo comer mucho menos que eso.

Él también desayunó y se acostó a mi lado. Terminamos haciendo el amor. De nuevo.

A eso ya de las 4:00 p.m. me trajo a mi casa. Recuerdo que tenía mucha risa, pero nunca pude saber porque exactamente.

Y por eso debo repetir la inducción. La razón no es buena. Pero valió la pena. 

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